El comentario de la portada
Dejémonos guiar por el Niño Jesús para salvar al mundo por Pierre-Marie Dumont
«SI PUDIERA EMPEZAR MI VIDA DE NUEVO, me gustaría ser simplemente un niño pequeño que le diera constantemente la mano al Niño Jesús». Estas fueron las últimas palabras de Bossuet (1627-1704) en su lecho de muerte. Celina Martin (Sor Genoveva de la Santa Faz) citaba estas ultima verba del Águila de Meaux como la formulación más bella del «caminito» de su hermana Teresa, el camino de la infancia y del abandono.
Con este espíritu, en la portada de MAGNIFICAT de Semana Santa, un gran pintor contemporáneo de Bossuet, Mathieu Le Nain (1607-1677), muestra hasta dónde podría llevarnos de la mano el Niño Jesús si accediéramos a seguirlo.
Contemplando los arma Christi
La atmósfera crepuscular, reforzada por el telón funerario de color púrpura oscuro que revela la escena, confiere a la pintura una dimensión dramática. Sin embargo, en el punto más alto del cielo tenebroso, un resquicio de luz dorada ilumina a un hermoso niño vestido con una túnica blanca y demasiado grande para él porque está predestinada a convertirse en la del Transfigurado, en la del Resucitado.
El Niño tiene la edad de la razón, unos siete u ocho años; ya ha comenzado a crecer en estatura, sabiduría y gracia. Su hermoso rostro, discretamente aureolado, está impregnado de gravedad. Refleja la profundidad de una vida interior que es tan humanamente contemplativa como divinamente animada. De rodillas, con los brazos cruzados y la mano derecha sobre el corazón, el Niño Jesús contempla los instrumentos de la pasión: la cruz, reducida a su tamaño; detrás de él, la linterna de los guardias que vendrán a arrestarlo y la escalera que permitirá hacer descender sus restos mortales; frente a él, las tenazas, el martillo; y también la palangana, la copa y el paño que permitirán a Pilato lavarse las manos de la condenación a muerte de Dios; luego la lanza, los dados con que los soldados se jugaron la túnica sin costuras, y los clavos; más allá, la columna donde el Varón de dolores será atado en la flagelación; finalmente, un poco más a la derecha, todavía plantada en el suelo, la frágil rama de hisopo que servirá para elevar la esponja empapada en vinagre a los labios del Crucificado.
Nuestro propósito de ser cristianos
Esta obra maestra nos invita, en primer lugar, a considerar que Jesús fue –además de en su pasión– Salvador del mundo durante los treinta años que pasó viviendo secularmente «como todos los demás», como niño, como adolescente y adulto, en su familia, en la sociedad, como carpintero. No dudemos por un momento que, dando la mano a este Niño, por la gracia del sacramento eucarístico y del mandamiento nuevo, cada uno de nosotros puede participar plenamente en su existencia cotidiana –familiar, social, profesional– en la obra de salvación realizada por Jesús durante su «vida oculta». Pero, por supuesto, esta pintura de Jesús niño contemplando los instrumentos de su pasión nos invita aún más explícitamente a no dejar nunca de darle la mano al Niño Jesús, hasta el punto de contemplar con él lo que nos queda por sufrir en nuestra propia carne de las pruebas de Cristo1.
A lo largo de esta Semana Santa, sin soltar nunca la mano del Niño Jesús, podemos ser llevados a la contemplación para discernir la dimensión salvífica de toda nuestra vida, también la de nuestra propia pasión y muerte cuando llegue la hora. Porque esta es nuestra misión como cristianos: no dejar nunca de ser, en el lugar histórico de nuestra propia vocación, miembros activos del Hijo de Dios Salvador.
Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco
• Jesús Niño en la Adoración de la Cruz, hermanos Le Nain (siglo XVII), colección particular.
Imagen: Casa de subastas Rouillac, www.rouillac.com.
Explicación inspirada en la audaz afirmación de san Pablo en Colosenses 1,24, para significar que a cada uno de nosotros nos queda actualizar en nuestra propia vida la ofrenda perfecta que Jesús hizo de su vida al Padre.