El comentario de la portada

¡Ángel hermoso, te conviertes en mi hermano, mi amigo, mi consolador! por Pierre-Marie Dumont

En 1580, santo Toribio fue consagrado arzobispo de Lima (Perú), la archidiócesis más grande de la historia, que se extendía desde Nicaragua hasta Tierra del Fuego. Primero emprendió la reforma del clero; luego, fue dotado por Felipe II, rey de España, del título y plenos poderes de «Protector de los indios». 

A estos últimos, Toribio los liberó del tráfico mercantil del que eran víctimas, y creó un eficaz sistema de seguridad social en su favor. Además, no dudó en apoderarse de los bienes de los sospechosos de haberse enriquecido en su detrimento, y se los redistribuyó. Para consolar a los expropiados con su celo, les dijo: «Me lo agradeceréis en el otro mundo, porque los pobres indios son bancos a través de los cuales vuestros tesoros se capitalizan de ahora en adelante para vosotros en el cielo».

El surgimiento de admirables escuelas artísticas

Sin embargo, su gran obra fue concebir y promover, siempre en favor de los indios, el establecimiento de pequeñas repúblicas cristianas autónomas donde los ciudadanos pudieran convivir con sus propios carismas bajo la protección directa de la corona real. Gobernadas por jefes indios elegidos democráticamente y dirigidas por los franciscanos y luego también por los jesuitas, estas repúblicas –más tarde llamadas reducciones– se organizaban en torno a un centro en el que se erigía una iglesia, una escuela, un hospital, un hospicio para ancianos y varios centros de formación profesional y artística.

Los amerindios mostraron poca inclinación por el comercio y la industria, pero un verdadero genio para la artesanía y las bellas artes, y sus talentos fueron valorados como una prioridad. De ahí el surgimiento de admirables escuelas artísticas, entre ellas la de pintura de la ciudad de Cuzco. Este florecimiento también se manifestó en la música, la danza y la liturgia, dando lugar a una civilización intrínsecamente festiva que expresaba su genio y alegría de vivir con motivo de cada fiesta cristiana.

La obra que adorna este mes la portada de Magnificat da testimonio de los últimos destellos de esta epopeya cristiana en la que, en el espíritu del Magníficat, los humildes fueron bendecidos por serlo. Porque, desgraciadamente, en el siglo XVIII, en nombre de la filosofía de la «Ilustración», los «déspotas ilustrados» que reinaban en España y Portugal abolieron las reducciones y entregaron a sus ciudadanos a merced de saqueadores, profanadores y luego explotadores sin escrúpulos, infligiendo sufrimientos irreparables a estas poblaciones amerindias de América del Sur. Los indios se vieron así obligados a sobrevivir como subproletariado.

En el corazón de un paraíso perdido

Unidos con el corazón, el alma y la mente a estos cristianos mártires, contemplemos aquí una de sus sorprendentes expresiones artísticas; esta tiene el don de transportarnos al corazón de un paraíso perdido donde lo extraordinario se expresa a través del oro, los colores, las decoraciones exuberantes y los símbolos impenetrables para los no iniciados, logrando un original sincretismo entre las influencias barrocas traídas por los evangelizadores españoles y las tradiciones artísticas indígenas.

Un ángel de la guarda, como el arcángel Rafael que toma de la mano a Tobías, conduce a un niño cuya actitud expresa piedad. En su mano derecha, el ángel exhibe un corazón palpitante de amor divino, un corazón que, según la lección de san Agustín, manifiesta en voz alta la regla más segura de toda conducta cristiana: «Ama y haz lo que quieras».

El colibrí, mensajero de Dios

Al fondo, en azul pálido, se alza la cordillera de los Andes, mientras que, dispersas en cada rincón del paisaje, coloridas aves, todas de la misma especie, vinculan el mensaje cristiano de la obra a las más venerables tradiciones de los incas. Aguas arriba del sitio de Machu Picchu, en el corazón del Valle Sagrado, entre los 2800 y 3300 metros sobre el nivel del mar, se esconde un lugar paradisíaco donde revolotean más de 200 especies de aves multicolores, incluyendo más de 30 especies de colibríes.

Es uno de estos colibríes el que se muestra aquí. Para los incas, este colibrí era un mensajero de Dios, un ángel. Pero, además, comunicaba benevolencia y amor entre todos los miembros de la comunidad. ¡Qué hermoso símbolo de la gracia angélica de comunicación en una comunidad cristiana! ¡Y qué cercano es al espíritu infantil de Teresita, que rezaba a su ángel de la guarda: «Glorioso guardián de mi alma, te lo ruego, vuela en mi lugar a los que me son queridos»!

Pierre-Marie Dumont

[Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco]

El ángel de la guarda, Escuela del Cuzco, siglo XVIII, Filadelfia (PA, EE.UU.), Museo de Arte. © Bridgeman Images.