El comentario de la portada
La mejor parte por Pierre-Marie Dumont
A la edad de 20 años, en 1538, Jacopo Robusti (1518-1594), conocido como Tintoretto, inauguró su taller en Venecia, en el barrio de San Polo, al lado del Gran Canal. En el frontispicio de la entrada, inscribió este audaz reclamo: «Dibujo de Miguel Ángel y color de Tiziano». Junto con Tiziano (1488-1576) y Veronés (1528-1588), formó una trinidad de artistas incomparables que, en el siglo XVI, forjaron la reputación de la Serenísima.
Aquí, Tintoretto sitúa la escena narrada en san Lucas (10,38-42) en el contexto de lo que nos sugiere el evangelio según san Juan (11,19-27) sobre la profunda amistad que unía a Lázaro y a sus dos hermanas, Marta y María, con Jesús. Así, en su camino hacia Jerusalén (cf. Lc 9,53), Jesús fue recibido en Betania, en casa de su amigo Lázaro. Mientras Marta «estaba ocupada con las múltiples ocupaciones del servicio, María escuchaba la palabra de Jesús», y lo mismo hacía Lázaro, aquí discretamente sentado frente al Señor. Ahora bien, Marta interpela a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para hacer el servicio? Dile, pues, que me ayude». El Señor le respondió: «Marta, Marta, estás inquieta y agitada por muchas cosas. Solo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se le quitará».
En una puesta en escena teatral, en primer plano, los tres personajes principales están representados en posturas teatrales del más bello efecto. El lujo de las telas con que se visten se representa a partir de la sucesión de colores cálidos y fríos; y sus opulentos paños, por el juego de luces y sombras.
La primacía de la contemplación sobre la acción
Este episodio se presenta tradicionalmente como la proclamación del Señor de la primacía de la contemplación sobre la acción, aunque estas dos actitudes cristianas no se oponen.
A primera vista, este episodio no deja de sorprender. ¿No es Jesús el que dijo de sí mismo: «El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28a)? ¿Y no lo demostró dando ejemplo lavando los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,1-17)? ¿Y no lo hizo luego de un modo supremo e insuperable llevando por nosotros la cruz de nuestros pecados (cf. Mt 20,28b)? ¿No es él quien nos hizo esta advertencia: «El que quiera ser el más grande entre vosotros, que se ponga a vuestro servicio» (Mt 20,26)?
Lógicamente se esperaría que, al recibir la interpelación de Marta, Jesús se levantara, se pusiera un delantal como en el lavatorio de los pies e invitara a María a seguirlo para servir en los preparativos de la comida. En resumen, es difícil entender cómo Jesús pudo considerar el servicio al prójimo como algo no necesario. Y aún más cuando en san Lucas este episodio viene inmediatamente después de la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,29-37), donde lo único necesario es el servicio al prójimo. Este servicio será el único criterio del juicio final: «Señor, ¿cuándo te vimos y no nos pusimos a tu servicio?», se preguntarán los malditos (Mt 25,31-46).
Como es normativo (Dei Verbum, n. 12), este pasaje evangélico debe ser relativizado y meditado en la unidad de la Revelación. Por ejemplo, puesto que el servicio en cuestión es el de la preparación de la comida, es lícito interpretar la escena a la luz de la Palabra de Dios (Dt 8,3) retomada por Jesús durante la tentación en el desierto: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Lo que está en juego no es la primacía de la contemplación sobre la acción, sino la primacía de la escucha de la Palabra de Dios y de su realización sobre la preocupación por los alimentos y las afecciones terrenales, incluso las más legítimas (cf. Lc 11,28). Además, es imposible interpretar este episodio sin compararlo con aquel en el que, en la mañana de Pascua, Jesús rechaza a la misma María, diciéndole: «¡No me retengas!» (Jn 20,17). Y la envía de nuevo para que se convierta en apóstol de los apóstoles.
La Palabra de Dios habitó entre nosotros
Contemplando esta obra maestra de Tintoretto, podemos ver con certeza que la actitud de María, sentada a los pies de Jesús, evoca la contemplación. Sin embargo, san Lucas no insiste en esto, afirmando esencialmente que María estaba escuchando la palabra de Jesús. Sin duda, cuando la escuchaba, como los dos discípulos en el camino de Emaús (cf. Lc 24,32), el corazón de María ardía dentro de ella. ¡Y qué mejor parte para ella que estar en comunión con la Palabra de Dios al recibirla de la Palabra en persona! Verdaderamente, en este sentido, el primer servicio —en fin, lo único necesario— con el que el Verbo ha venido a agraciarnos habitando entre nosotros es habernos ofrecido comulgar con él, con lo que él es. El Verbo vino a su casa y María lo recibió como debía (cf. Jn 1,11).
Pierre-Marie Dumont
[Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco]
• Cristo en casa de Marta y María (Ca. 1580), Tintoretto (1518-1594), Múnich, Alte Pinakothek. © Artothek/La Collection.