El comentario de la portada
Solo hay un Amor por Pierre-Marie Dumont
Francisco de Zurbarán (1598-1664) pintó esta Alegoría de la Caridad alrededor de 1655, en su madurez más fecunda. Desmarcándose de la mayoría de los pintores contemporáneos suyos, no alegoriza esencialmente la caridad como una virtud teologal practicada por una persona entregada a los demás por amor a Dios, sino sobre todo como un don del Espíritu Santo que viene a obrar en nosotros el amor divino. Al igual que los monjes cartujos que encargaron esta alegoría, somos invitados a entrar en la contemplación con el maestro sevillano.
La palabra caridad ha sido tan desgastada por su uso excesivo en la historia que es necesario, primero, ir en busca de su significado original. «Caridad» viene de caritas, la traducción latina del sustantivo griego ágape, derivado del verbo agapân. Ágape puede ser considerada una palabra revelada, ya que aparece como una creación verbal de la traducción griega de la Biblia llamada «de los Setenta» y alcanzará la plenitud de sus significados en el Nuevo Testamento, sin que su uso profano quede atestiguado. En los evangelios, que fueron escritos en griego, ágape es el amor en el ideal de su perfección, un amor que asume, perfecciona, une y trasciende las diferentes formas de amor que los griegos explicaban en cuatro palabras diferentes: philia, amistad profunda, entregada y fiel; storgè, que forja la solidez de los lazos familiares; eros, atracción mutua realizada en la comunión carnal santificada por el matrimonio; y chrèstotès, la disposición que empuja a querer hacer solo el bien a los demás, a ser «benévolo» y «bienhechor» con todos. Y así, la revelación plena de la palabra ágape por el Nuevo Testamento ha podido alcanzar la plenitud de sus significados en esta abrumadora buena noticia de que Dios es ágape (1 Jn 4,8-16).
Amar a Dios y amarnos unos a otros es todo uno
Este ágape que es un solo Dios, Zurbarán lo sugiere por el corazón de Cristo que su alegoría tiene en la mano, un corazón que está precisamente inflamado por el ágape. Por encima de este sagrado corazón, el Espíritu Santo está representado como en la anunciación, en forma de paloma. Es el vínculo personal del ágape que realiza en la Trinidad la unidad divina entre el Padre y el Hijo. He aquí que él desciende sobre nosotros y viene a unir nuestro corazón de piedra a este corazón de fuego, para que nos amemos unos a otros no solo por amor a Dios, sino verdaderamente por el amor de Dios.
Solo hay un ágape. De él somos partícipes por gracia, hasta el punto de que en nosotros este ágape está llamado a alcanzar su perfección en Dios (cf. 1 Jn 4, 12). ¿Cómo se puede realizar esto? Por nuestra comunión en la perfección que este único ágape ha alcanzado en la vida entregada de Jesucristo. Esta es la razón por la cual las alegorías de la caridad a menudo llevan la palma del martirio, porque «no hay amor más grande que dar la vida por aquellos que amas» (Jn 15,13). Por eso, en el régimen cristiano, solo puede haber un mandamiento, no para ser observado sino para ser cumplido: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12). Dicho de otra forma: en la comunión del Espíritu Santo, amar a Dios y amarnos unos a otros es todo uno.
Pierre-Marie Dumont
Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco.
Alegoría de la Caridad (c. 1655), Francisco de Zurbarán (1598-1664), Madrid (España), Museo del Prado. © RMN-GP/imagen del Prado.