La obra de arte

Homenaje del emperador Constantino al papa Silvestre, Ca. 1247 por Capilla de San Silvestre, Monasterio de los Cuatro Santos Coronados, Roma

Nuestro particular recorrido por la historia de la Iglesia a partir de imágenes de los papas prosigue con la figura de san Silvestre, fallecido en Roma en el año 335. Su pontificado coincidió con el gobierno del emperador Constantino, quien promulgó mediante el Edicto de Milán (313) la libertad de culto para los cristianos. La unidad de ambos protagonistas se advierte en las pinturas de la capilla de San Silvestre, en el monasterio romano de los Cuatro Santos Coronados, sobre la colina del Celio.

Aunque hoy nos resulte casi desconocido, cuando se realizaron estos frescos este monasterio era parada obligada para los fieles que procesionaban, especialmente en Semana Santa, a la basílica de San Juan de Letrán. El aspecto fortificado del cenobio nos introduce en una arquitectura remodelada desde el siglo VII por impulso de Honorio I (625-638), Adriano I (772-795), León IV (847-855) y Pascual II (1099-1118), quien hubo de reconstruir gran parte de la iglesia monástica tras el incendio provocado por los saqueos del ejército imperial de Enrique IV. A partir de 1254 el monasterio sirvió de refugio para el vicario de la ciudad (vicarius urbis), el cardenal Stefano Conti, cuando el papa Inocencio IV se trasladó a Lyon ante la amenaza de Federico II.

Fue precisamente este vicario quien consagró, en 1247, la capilla de San Silvestre, enriqueciéndola con un programa iconográfico que reflejaba la supremacía del papa frente al poder temporal del emperador. Si bien la cronología de las pinturas nos sitúa en el marco temporal del gótico, en su lenguaje formal advertimos una continuidad respecto al carácter bizantino de las pinturas murales y las miniaturas de la escuela umbro-romana del siglo XII.

Así, al contemplar las figuras observamos la simbiosis entre rostros repetitivos de gran hieratismo, derivados de modelos miniados, o escenografías que entroncan con la tradición clásica y una tendencia al dinamismo más propia del gótico. El bizantinismo de estos frescos ha llevado a trazar un parangón con los de la cercana basílica de San Clemente (Roma) y con los más alejados de la catedral de Anagni o de la capilla de San Gregorio, en el Santo Sepulcro de Subiaco.

 La sencilla estructura arquitectónica de la capilla de San Silvestre, de una sola nave y con las ventanas abiertas únicamente en su cabecera, favorece la disposición de las pinturas en un friso continuo a lo largo de sus muros, acentuándose de esta forma la unidad y narratividad del conjunto, protagonizado por el papa Silvestre y el emperador Constantino.

Concebidos a modo de cuadros independientes se suceden los distintos episodios: Constantino, enfermo de lepra, consuela a las madres cuyos hijos iban a ser sacrificados para que su sangre sirviera de remedio medicinal al emperador; Constantino contempla en un sueño a san Pedro y san Pablo, que le aconsejan acudir ante el papa Silvestre; los mensajeros imperiales cabalgan hasta el monte Soracte en busca del Papa, retirado allí para refugiarse de las persecuciones; san Silvestre retorna a Roma y muestra a Constantino las efigies de san Pedro y san Pablo; bautismo de Constantino; homenaje del emperador al Papa; Constantino conduce al Papa hasta Roma y le muestra un palacio.

Los frescos se interrumpen en este punto por el desarrollo del ábside, pero en el muro contrapuesto se retoman los episodios narrativos, en este caso ya únicamente protagonizados por la vida de san Silvestre: el Papa defendiendo la superioridad del cristianismo al resucitar un toro que previamente había matado el rabino Zambri; la invención de la Vera Cruz, con la presencia de santa Elena y, por último, el traslado de la reliquia a Roma. Las citadas escenas, identificadas por las inscripciones que se suceden en un friso inferior para mayor claridad expositiva, se completan con la representación del Juicio final en el muro de acceso.

En el conjunto, especialmente sus primeros episodios, se aprecia una estrecha correspondencia con el Actus Sylvestri, fuente literaria anónima del siglo V que contribuyó, en gran medida, a forjar el mito del emperador Constantino en la Edad Media. Podría decirse que los frescos de este ciclo constantiniano no son sino una ilustración del citado escrito, que hace hincapié en la conversión de Constantino y en su bautismo de manos del papa Silvestre.

Sin embargo, la realidad histórica revela que el emperador, fiel defensor de la libertad de culto de los cristianos, recibió el bautismo en su lecho de muerte y de manos del obispo arriano Eusebio de Nicomedia. La iconografía escogida para esta capilla sin duda obedece al deseo de Stefano Conti de revitalizar la figura del emperador Constantino y su relación con el papa Silvestre como espejo para las relaciones entre el poder imperial y el poder papal en el siglo XIII, en un momento en el que Inocencio IV se había instalado en Lyon como consecuencia de su enfrentamiento con Federico II.

Contemplamos con mayor detenimiento el episodio en el que Constantino, distinguido por la riqueza de sus vestimentas, se postra ante el papa Silvestre, enriquecido con numerosos emblemas de poder de los que progresivamente se ha ido despojando el emperador. En la composición reconocemos al Papa entronizado, bendiciendo y recibiendo el homenaje de Constantino, que le hace entrega de la tiara como símbolo del poder temporal, frente a la mitra representativa del poder eclesial portada por Silvestre. Tras el sitial del pontífice, un diácono alza la cruz, signo de identidad del cristianismo, frente a los cortesanos del séquito imperial, con la corona, el caballo blanco y el umbraculum, o sombrilla, que simbolizaba el cielo.

La retórica de los gestos subraya la renuncia a las enseñas del poder por parte de Constantino, quien inicia una reverencia para expresar su sumisión al Papa, el reconocimiento de su autoridad. A la derecha, saliendo de la puerta de la muralla, un joven monta el caballo blanco que le será entregado al papa Silvestre, pues esta montura constituía un privilegio reservado únicamente al emperador y al papa durante sus estancias en Roma.

No es casualidad que estas imágenes se realizaran en un enclave especialmente vinculado a los papas, como fue el monasterio de los Cuatro Santos Coronados, próximo al palacio lateranense, en cuya plaza se dispuso durante siglos la que se identificó erróneamente como escultura ecuestre del emperador Constantino, modelo para los gobernantes cristianos de la Edad Media. El profundo significado de estas pinturas se expresa mediante una paleta cromática rica y contrastada, con pigmentos que evidencian la presencia de importantes promotores, como el obispo de Ostia y, más directamente Stefano Conti, quien convirtió la capilla de San Silvestre en su oratorio privado durante su estancia en este monasterio.

.

María Rodríguez Velasco

Profesora de Historia del arte, Universidad CEU San Pablo, Madrid

Homenaje del emperador Constantino al papa Silvestre, Ca. 1247 - Capilla de San Silvestre, Monasterio de los Cuatro Santos Coronados, Roma © Alamy Stock Photo.