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Comentarios de Arte
¡He aquí al Dios que me salva!
por Pierre-Marie Dumont
Cena de Emaús, 1648
por Rembrandt Harmensz van Rijn (1606-1669)
Carta a los lectores
por Pablo Cervera Barranco
Querida familia Magnificat:
Septiembre no es popularmente el mes de María; solemos decir, más bien, que es el mes de mayo. Sin embargo, en este mes, el calendario litúrgico nos señala dos fiestas marianas de gran belleza (y eso sin tener en cuenta otras dos, la Natividad y Nuestra Señora de los Dolores, que caen en domingo): una es el Dulce Nombre de María. San Bernardo, gran doctor mariano, jugando con las palabras, decía que Dios llama a la reunión de las aguas maria («mares» en latín) y a la reunión de todas las gracias, María. Es verdad que la etimología del nombre de María es muy variopinta según las lenguas: María, Mariam, Miriam –elegida de Dios, excelsa–, etc. En cualquier caso, la invocación de María, llamarla por su nombre, es siempre motivo de gracias y consuelo para el creyente. Jesús desde la cruz no «se atrevió» a llamarla «Madre», ni «María», sino «Mujer»: le habría roto el corazón. Nosotros tenemos esa gran ventaja: podemos dirigirnos a «la Mujer» (del Génesis y de san Juan) con su tierno nombre.
La otra fiesta de la que hablábamos es la Virgen de la Merced, que, en cierto sentido, está emparejada con la invocación anterior: María es Madre de la merced, de la gracia. Históricamente, fue una advocación que extendieron los mercedarios, fundados por san Pedro Nolasco. La Virgen es venerada con este título en España, sobre todo en Aragón y Cataluña, y en Hispanoamérica. ¡Virgen de la Merced, ruega por nosotros!
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En Jesús y María,
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