El fin del Año litúrgico está llamando a nuestras puertas. Este año coincide con el centenario de la instauración de la solemnidad litúrgica de Jesucristo, Rey del universo, tras la publicación, por parte de Pío XI, de la encíclica Quas primas.
El reinado de Jesucristo sobre el mundo comienza en la encarnación por la que el Hijo eterno de Dios asume la naturaleza humana. Se despliega en la acción divina de revelación y redención durante la vida de Cristo. Llega a su culmen en Cristo reinando desde la cruz y, resucitado, derramando el Espíritu Santo. Ahora, ese reino lo despliega y abona la Iglesia por la eficacia de la gracia y los sacramentos que cada uno de los fieles vive en sí mismo.
Al final del Año litúrgico, la mirada no solo se dirige al final de la historia, cuando todo «sea puesto bajo sus pies» (cf. 1 Cor 15,27; Ef 1,22). En el ínterin, todos podemos sembrar y adelantar el reino ya ahora por la vivencia de la santidad y la acción evangelizadora de cada uno. Nuestra esperanza es la de tantos mártires que murieron gritando: ¡Viva Cristo Rey! No es este un grito político, sino el grito lleno de esperanza teologal de que Cristo vivo será la última palabra de la historia humana.